Es sencillo. Ya en Roma, no se veía con muy buenos ojos que los futuros sucesores y el testador, pudieran llegar a un acuerdo ante mortem sobre las circunstancias de la herencia. ¿El motivo?
La moralidad. Pero sin olvidarnos de la peligrosidad que supondría para la vida del futuro causante, en el caso de que sus sucesores no tuvieran intereses legítimos. Ello podría llevarles a querer anticipar la muerte de su benefactor, convirtiéndose en homicidas.
Es por ello que nuestro Código Civil prohíbe expresamente bajo un presupuesto de ilicitud, cualquier pacto sobre la herencia futura que no consista en una simple operación de partición. Tal es así, que entre las numerosas causas que nuestro código en su art 756 enumera como de indignidad para suceder, aparece claramente reflejado el haber atentado contra la vida del causante. Circunstancia que elimina en la actualidad la celebración de tales negocios.
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